Me recuerdo frágil, escribiendo relatos en noches calladas como esta. Revolviendo sueños de nadie para encontrar el mío propio. Indagando poesía y músicas imposibles casi en completo silencio... Al amparo de las luces de la vieja estación de ferrocarril, que parecía espectante al asomo de la dormidera repentida que pudiera sorprenderme en la tarea.
Luz tenue, lápiz, papel y poco más. Guitarra, tal vez, como mudo instrumento o improvisado escritorio, que sobre mis rodillas soportaba mis toscas notas de ininteligible caligrafía oblicua. Ventanal de par en par en verano, abierto a la brisa mediterránea perfumada de pino verde y azahar tardío. Y de fondo... aquella emisora con aquella voz dulce, brindándome un "pasaje en la noche", donde almas aún despiertas dejaban constancia de sus inquietudes, penas, sueños, amores... Temores.
Qué lejos quedaban entonces mis miedos, sencillamente no tenían cabida en mis versos. El futuro se forjaba en mis poemas de rima asonante y en cuatro acordes que me robaban el habla.
A veces, me transporto hasta aquella diminuta habitación con vistas al mar, que anochecía hermosa en su reducido espacio rectangular y explendorosa amanecía, con su sol naciente acechante y mi constante sueño atrasado acumulado en los pliegues de aquellas finas sábanas de suave algodón estampado.