miércoles, 18 de abril de 2007

Cuando éramos felices

Éramos felices juntos, dando patadas a un bote de refresco (o a cualquier cosa) hasta el colegio; para después terminar la mañana contando incluso los segundos que quedaban para que sonara el timbre y salir disparados. ¡Hasta la hora de comer nos daba para hacer alguna de nuestras fechorías! En tres horas volvíamos a las clases de la tarde; casi todas las recuerdo soleadas y cálidas. Pero a mí... A mí me gustaban las tardes de tormenta, era precioso ver caer las gotas de lluvia sobre aquellos cristales de ventanales tan enormes. Al salir de clase… lo mejor del día: juntarnos de nuevo para organizar la pandilla, gestar nuestros juegos peligrosos y husmear donde no debíamos.

Nos encantaba ir montaña arriba, no teníamos miedo a nada. Bueno, sí… ¡¡¡El jefe de la pandilla contraria tenía una puntería magnífica con el tirachinas!!! Siempre sabía cómo invadir nuestro territorio y sorprendernos, jeje. Éramos capaces de armar una “guerra” por un bocata de crema de cacao con avellanas. Aunque el compañerismo era lo que primaba en el barrio, sobre todo dentro de nuestros miembros. Entonces era difícil saber cuándo terminaba la amistad y dónde empezaba aquel sentimiento de compañerismo acérrimo y familiar que… raramente se da cuando creces. Éramos semejantes felizmente algo asilvestrados, niños y niñas de las afueras… del Barri de L’Estació.

Pero sí, era el verano nuestra más ansiada espera. Yo limpiaba mi bicicleta como una loca, hasta que relucía como si fuera nueva. Recuerdo nuestros primeros paseos por el barrio, algunos ni siquiera sabíamos pedalear sin aquellas peculiares ruedas de apoyo. Aunque los más rezagados, debíamos espabilarnos, si no queríamos ser el centro de las bromas de los más hábiles.

Hacíamos muchas excursiones a la playa en bici, porque nos encantaba ir a recoger almejas y cangrejos; pues entonces, metías la mano a unos dedos por debajo de la arena y ya pescabas simplemente en la orilla, justo donde rompían las olas. Al atardecer llegábamos a casa, cansados, llenos de salitre y seguramente algun@ traía las pinzas de algún cangrejo marcadas en alguna parte del cuerpo. Pero qué más daba... ¡¡¡llegaba la hora de saborear la cena lo antes posible!!!

Por la noche... improvisábamos un campamento montando las bicicletas en círculo mientras nuestras madres nos cocinaban la pesca de la tarde. Entre bocado y bocado, nos organizábamos cual consejo de viejos sabios.

Después de la cena, jugábamos al escondite con la tripa bien llena, para terminar la noche pasada la una de la madrugada molestando a algún vecino de bien, que simplemente pedía poder descansar de tanto griterío callejero.

En aquella barriada alejada de casi todo no teníamos muchas comodidades como los niñ@s del centro; pero desde allí se veía tan bien el mar... Y llegaba el viento de levante con mucha facilidad. Todo olía a flor de azahar en primavera y a pino verde desde mayo hasta septiembre.

Sí, la verdad es que éramos muy felices. Y felices debe hacernos ahora recordarlo, aunque sólo sea para no perder la memoria y ser conscientes de la suerte que tuvimos.

* para toda la pandilla del Barrio San Marcos, retoños de entre el 73 y el 80 *