lunes, 30 de enero de 2006

El porqué de la caracola

foto: E.G.

(Para mi hermandad de introspectivas mentes metafóricas, siempre despiertas)

Hoy entiendo por qué me gustan las tardes lluviosas. Por qué mi existencia prefiere ciertos lugares húmedos y recónditos. Por qué camino despacio, sin a la vez dar un paso. Por qué paro cuando no debo. Por qué no corro. Por qué espero. Por qué voy dejando huellas donde jamás quise estar. Por qué miro atrás, si nunca volveré. Por qué sigo adelante, si bien no sé a dónde voy. Y… por qué no parar, si no hay meta que al final me ampare.

Por qué voy buscando el camino, si yo misma lo trazo. Por qué sortear sus piedras, si otras más quietas frenarán mi tórrida andadura. Por qué intento levantarme, si caer más abajo no puedo.

Por qué me arrastro mendigándole al tiempo el que me falta y desprecio el poco que tengo. Por qué sujeto mi caparazón con tanta fuerza, si debajo no cabe todo mi desconsuelo, ni la mitad de mi júbilo repentino. Por qué a menudo me escondo, si más frágil me vuelvo estando ciega. Por qué lloro, si no tengo pena.

Hoy entiendo… el porqué de mi pálido y solitario silencio. El porqué de los surcos de la espiral de mi cuerpo... Por qué no entenderlo, si poder quiero.

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