jueves, 24 de enero de 2008

El Camino de las Manos Vacías

Desde muy niña aprendí a vivir con la búsqueda de ese camino. Un camino para los débiles e indefensos, para los humildes limpios de corazón. Para discretos guerreros del día a día, que sin el uso de ningún arma lograran abrirse paso en una sociedad no siempre justa, no siempre libre y no siempre segura.

Apenas sin darme cuenta, un hilo de templanza fue tensando mi andadura, mi crecimiento, mis aprendizajes. Se me inculcó el respeto y el compañerismo. La lucha a través de las ideas y el diálogo amistoso. Que mis palabras fueran siempre repetuosas y mis actos pacíficos. Y que, como última consecuencia, mis manos sirvieran como único escudo defensor de mi dignidad personal ante cualquier agresión física descontrolada e inevitable.

Supongo que entonces, a los nueve o diez años, todos queríamos ser héroes. Desconocíamos aquello que esperaba paciente tras la niñez y la adolescencia. Pero evidentemente, aquella fase de aprendizaje serena, amena, feliz, luchadora, soñadora, jovial, dura, fuerte, disciplinada... hizo de mí la mujer tolerante y justa que hoy en día me siento.
Actualmente, percibo que mi camino sigue siendo el mismo y que mi filosofía Budo no ha cambiado, sino que crece conmigo para mi bien, el de los míos y el de la gente que me rodea.

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