viernes, 2 de abril de 2010

A ese Señor con greñas y clavos

Todo lo que sé de ti no es lo que me contaron. Crecí con la duda y la desconfianza que me brindaron aquellos que decían traer tu palabra. Por eso, te fui buscando más allá de donde se acostumbraba, lejos de la ostentosidad de la que tú también huíste en tu tiempo.

Quise conocer al hombre cierto, al ser humano que rompió con lo estrictamente estipulado. Al filósofo valiente que dio su vida por sus semejantes más débiles. Al que proclamó paz y amor en tiempos de odio y guerra; al que luchó por la igualdad en años de represión y pobreza. A ese hereje de "su iglesia", que tanto amó a la mujer que la reconoció como igual a sí mismo, haciéndola partícipe de su heróica gesta.

Qué triste que la memoria destruyera La Verdad de Tu Historia. Y qué triste, ver que tus actos sirvieron como engendro horrendo del desvarío mundano que se vistió de oro y sedas. Que hasta de jerarquías, dijeron algunos que, deben saber las creencias...

Y te vistieron de imagen y de icono de insistencia. Se apropiaron de tu nombre, de tu vida, de tus letras...

Ay, Loco Iluminado: ¡Quién supiera bien tu historia! Medio real, legendaria, evangélica o apócrifa... Qué más nos debiera dar, si lo que debe importar lo dejamos escapar al no saber escuchar la humanidad de tu lógica.

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